La maldad de Rafael Correa en el caso de Irma Parra

Debo confesar que he escuchado con verdadero espanto al Presidente insultar y desacreditar a Irma Parra, la señora que fue encarcelada en Riobamba acusada de haber hecho supuestamente una mala seña mientras él hacía campaña por el Sí.
Ocurrió el sábado durante el enlace sabatino y la verdad es que resulta tenebroso pensar que el Ecuador esté gobernado por un señor con una capacidad de maldad tan aguda y profunda.
Indudablemente que tener un Presidente incapaz de tolerar lo que un ciudadano le diga, así sea mediante la más obscena de las señas, es indigno para una sociedad que pretenda vivir con normas democráticas.

Pero resulta aterrador pensar que esa persona no solo incumple con el deber ético y ciudadano de ser tolerante que le impone su condición de Presidente sino que, además, se da tiempo y energías para insultar y ofender a esa persona utilizando todos los recursos del Estado.
Me temo que aquí ya no estamos hablando únicamente de intolerancia, sino de una aterradora expresión de perversidad y maldad. Es que resulta demencial imaginar que el país tenga un mandatario que no solo hace justicia por mano propia para sancionar a quienes han osado lastimar su honra, sino que además utilice la tribuna de un espacio público para aplastar a esa persona y justificar con los más abyectos argumentos su actitud represiva.
Según la lógica que utilizo Correa en su alegato público, Parra tenía un característica que la hace aún más merecedora de su castigo divino: ser “pelucona”. Es decir que Parra, por tener una condición económica superior al de la mayoría, tiene mucho menos derecho a faltarle el respeto. Con su burda ironía, no se contentó con acusarla de malcriada y soberbia sino que la apodó, desde entonces, como “la pelucona de Riobamba”. Parra, por ser dueña de un almacén donde distribuye productos de Pyca, tiene menos derechos que sus congéneres, según la lógica del Presidente.
El recurso de Corra es la forma más retorcida de criminalizar la superación personal. Es la clásica señal para buscar solidaridad en los terrenos del resentimiento social. Es, simple y llanamente, un síntoma de resentimiento social.
Correa, luego mencionó durante su alegato que el esposo de Parra fue Gobernador de la provincia en tiempos de Fabián Alarcón. Es decir que por el hecho de estar casada con alguien que trabajó con un gobierno anterior al suyo tiene menos derechos que el resto de la población. Algo tan impresentable como que la misma Parra descalificara a su acusador de haber sido ministro de Alfredo Palacio y que, además, le dijera “pelucón” por haberse hecho de 600 mil dólares del Banco del Pichincha, una cifra que seguramente la dueña de un almacén de Pyca en Riobamba no ganaría en su vida entera.
Lo que dijo el Presidente en su enlace del sábado no solo es un síntoma más de que el Ecuador está en riesgo de entrar en el terrible tobogán fascista de la intolerancia y la persecusión. Es, junto a otros casos como el del coronel Carrión, la alerta sobre una mentalidad perversa y malvada en el ejercicio del poder.